San Francisco 2 (Dos mil millas por la Costa Oeste VIII)

Un islote inexpugnable, una prisión de alta seguridad, los peores criminales en la época en que el hampa dominó Estados Unidos, tiburones en las frías aguas que la rodean, un símbolo del movimiento hippie, varios intentos fallidos de fuga y el cine. Con todos esos ingredientes y a lo largo de varias décadas se ha construido la leyenda de Alcatraz y a ella íbamos a dedicar toda la mañana en nuestro segundo día en San Francisco.

La visita a la cárcel más famosa del mundo es uno de los grandes atractivos turísticos, pero está explotada en exclusiva por una sola empresa (Alcatraz Cruises) que a su vez tiene un límite de aforo máximo diario y por esa misma razón hay que planificarla con antelación. De lo contrario, es bastante probable quedarse sin entradas disponibles.

Nosotros compramos directamente en su página web, eligiendo día y hora y estimando que pasaríamos en total unas cuatro horas, como así acabó siendo. La entrada cuesta 31 dólares por persona (precios de 2015) e incluye la ida y vuelta al islote, el recorrido por el interior de la prisión con una audioguía en español y la estancia allí todo el tiempo que quieras (hasta el regreso del último barco, claro).
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La visita comienza en el muelle del que parten todos los barcos a Alcatraz, cerca de Fisherman’s Wharf. Allí, mientras esperas a tu hora de embarque, puede contemplarse una enorme maqueta muy detallada que permite hacerse una idea de lo que luego veremos en ‘La Roca’.

Desde ese muelle el trayecto hasta la islita dura unos 15 minutos y ofrece unas buenas vistas de la bahía, del perfil de la ciudad, su callejero que desemboca en el mar y la multitud de pequeñas embarcaciones de recreo con las que (suponemos) los habitantes de la zona que pueden permitírselo se dan una vuelta cuando están ociosos.img_0188

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Tras ese pequeño recorrido se llega al embarcadero de la prisión y desde el momento en que uno pone pie a tierra empieza a vivir una experiencia única. Dejando al margen el gentío que puede acumularse a determinadas horas y días (nosotros fuimos en sábado y había bastante gente, sin llegar a ser agobiante), el enorme graffiti de «Indians Welcome» sobre el «United States Penitenciary» da la bienvenida a día de hoy como lo lleva haciendo desde los años 60.IMG_0224.JPG

 

Junto a la zona de desembarque, unas estrechas galerías exponen las banderas de los países que han tenido jurisdicción sobre estas aguas y estas tierras (incluida España) y recuerdan que estamos en uno de los Parques Nacionales de Estados Unidos. Alcatraz forma parte de esa red y como tal se cuida. En las habitaciones entre pasillos se emiten vídeos en distintos idiomas que resumen la historia del islote y de la prisión. Sirve para hacerse una primera idea de lo que vamos a ver a partir de ese momento.
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Alcatraz ha tenido un complejo devenir a lo largo de su historia. Ha servido como faro, como fortaleza militar o como emplazamiento de cañones para la defensa de la bahía de San Francisco, pero su fama se debe a las décadas en las que funcionó como prisión federal.

Desde 1934 y durante 29 años por ella pasaron miles de presos y, oficialmente, ninguno pudo fugarse aunque hubo varios intentos. La visita comienza en la sala de ‘recepción’, donde los reclusos debían desvestirse, ducharse y prepararse para comenzar su encierro. Todo está explicado al detalle en las audioguías.

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Dependiendo de lo pacientes que seáis para escuchar las pistas podéis pasar  perfectamente dos o tres horas en el interior del edificio de la prisión. Paso a paso relatan cómo era el día a día de los delincuentes, de los carceleros y de las familias enteras que allí llegaron a vivir, por supuesto en dependencias separadas de la cárcel propiamente dicha.

Por qué llamaban Times Square a uno de los extremos del conjunto de celdas, cómo era el sistema de control de las llaves, los varios intentos de escaparse a lo largo de la historia, los trucos de los presos (algunos realmente burdos) para engañar a sus guardianes… El detalle puede ser abrumador si os paráis en cada punto, pero como la visita es por libre cada uno puede emplear el tiempo que desee.

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Por Alcatraz pasaron miles de ‘clientes’, pero el más famoso de ellos sin duda fue Al Capone. El gángster más famoso de todos los tiempos vivió allí una temporada y su foto encabeza el particular salón de la fama de los reclusos renombrados.

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Tras su época como prisión federal, Alcatraz fue abandonada durante unos años hasta que a finales de los años 60 fue ocupada por comunidades de indígenas y se convirtió durante 18 meses en un símbolo de la lucha de los indios por sus derechos, sus tierras y el reconocimiento de su cultura dentro de los Estados Unidos. A esta parte de la historia también están dedicados varios capítulos de la visita.

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El visitante puede asomarse, al final del recorrido, a una terraza desde la que se divisa una espléndida vista de toda la bahía. A un lado la ciudad, a otro el puente. La panorámica es maravillosa sobre todo si el tiempo acompaña y la niebla se porta bien.

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En Alcatraz no hay cafetería ni restaurante, solo una pequeña librería, así que cuando el hambre aprieta llega el momento de regresar a la ciudad. Un rato de cola en el muelle y a tomar el primer barco de regreso (en esto ya no hay horarios), que vuelve a dejarte en Fisherman’s Wharf.
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Durante nuestra estancia en San Francisco, en octubre de 2015, tenía lugar un evento del Ejército de los EEUU, tanto de la Armada como del Ejército del Aire. El respeto a los militares allí es casi una religión, de costa a costa, de norte a sur, y sus veteranos son auténticos héroes. Por eso nada más llegar a hotel en la recepción ya nos informaron de que no podíamos perdernos el espectáculo que se desarrollaba durante aquellos días en la bahía.

Por una parte la Armada organizaba un desfile naval que entraba por el Golden Gate y que debía de ser una auténtica preciosidad, pero para verlo en su esplendor tenías que reservar sitio y estar a determinadas horas en unos graderíos preparados al efecto. Más sencillo era contemplar el show de los Blue Angels, una patrulla de cazas especializada en acrobacias que dejaban con la boca abierta.

A la hora que venía en el programa nos dirigimos a un parque cercano a Fisherman’s que nos recomendaron por su visión estratégica y, en efecto, allí había cientos de orgullosos norteamericanos dispuestos a animar a sus Ángeles Azules. Entre ohs, ahs, uhs y demás expresiones de admiración pasamos un buen rato viendo un espectáculo que en España es muy difícil de contemplar. Y por supuesto, era gratis.

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Caía ya la tarde y nos dirigimos a contemplar otro gran clásico de la ciudad, un ‘must’ turístico de merecida fama. Solo son unas casas, pero su elegancia de reminiscencias victorianas, su colorido, su ubicación junto al parque de Alamo Square que permite tomar perspectiva y el decorado que tienen tras ellas con toda la ciudad ejerciendo de telón de fondo merecen sin duda la visita. Son las archifamosas Painted Ladies, también conocidas como ‘Las casas de Padres Forzosos’. Llegar hasta ellas en coche es muy sencillo y se puede aparcar con facilidad en los alrededores.

 

 

Nuestra segunda jornada en San Francisco acabó allí, pero aún nos quedaba la mañana del día siguiente y para aprovecharla decidimos darnos una vuelta rápida por el Golden Gate Park. De nuevo a bordo del coche, recorrimos las pequeñas carreteras interiores de esta gigantesca zona verde que equivale al Central Park neoyorkino y en cuyo interior está el Museo De Young como gran referencia cultural de la ciudad, un Planetario y el Japanese Tea Garden.

Aparcamos en un subterráneo situado junto a estos tres lugares de referencia y entramos en el jardín japonés, una chulada.

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Por desgracia no conozco (todavía) Japón pero en ese lugar uno se siente transportado al país oriental, o al menos lo que los tópicos dicen de él. La entrada cuesta 8 euros por persona y en su interior se repira paz y tranquilidad, armonía y belleza. Sus pequeños cursos de agua, sus templos, sus fuentes, sus bonsáis, sus esculturas… todo conforma una atmósfera especial. Una experiencia totalmente distinta que parece imposible en plena costa del Pacífico norteamericano. img_0413img_0424

Para remate, a las afueras del jardín, en la explanada de acceso libre que comunica con el museo, estaban practicando tai-chi con un nivel de concentración máximo. El cóctel perfecto para rematar el momento oriental .img_0425

Estábamos a punto de despedirnos de esta preciosa ciudad, de sus casas bonitas, de su ambiente buenrrollista, de sus cuestas y de un clima que nos trató de lujo. Pero aprovechando que estábamos a unas pocas manzanas nos dimos una vuelta por la extravagante zona de Haight-Ashbury. 

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La mezcla entre otras cuanta casas victorianas en las que uno se quedaría a vivir sin pensarlo y el ambiente friki de las tiendas, los bares y los personajes que por allí pululaban puso la guinda a la visita sanfranciscana.

Tocaba volver a la carretera, ahora rumbo hacia Los Ángeles, y pasando por el corazón de Silicon Valley (Palo Alto, Stanford y otras localidades que han sido cuna de Google o Apple, entre otras firmas tecnológicas) la próxima parada sería Carmel By The Sea.

 

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